Gustavo Eduardo Navarro
Quienes tuvimos la dicha de estar a su lado no lo olvidaremos jamás, ya que fue en todo el sentido de la palabra un hombre de bien, merecedor de la más sincera gratitud y respeto.
Lo conocí de toda la vida y las imágenes que vienen a mi mente son todas para reconfortar el alma. Lo veo en el café conversando con mi viejo y con otros amigos; lo veo esforzándose en cálculos para ordenar la peonada; lo veo llevando carne y verduras a una familia necesitada; lo veo siempre sabio y ético, dando con su conducta un buen ejemplo. Fue la máxima kantiana personificada y tal vez el último exponente de los grandes hombres.
Me quedo con todo lo que aprendí escuchando sus largas tribulaciones, con el recuerdo de su cariño sincero, con su imagen de gordo bueno, con la sorpresa que me daba descubrir lo infinito de su bondad, lo inconmensurable de su honestidad, la templanza de su carácter, su extrema solidaridad, su hombría de bien, su vocación contagiosa por descubrir y sumar activistas al progreso, su lucidez y su preclaridad intelectual; características que lo hicieron único y motivo de orgullo para todos los que tuvimos la dicha de ser sus amigos.
Tuvo para con nosotros la generosidad de compartir el precioso don de su vida y nos mostró de manera constante su lado más puro, a tal punto que muchas veces me pareció que no era de este mundo.
Agradezco a Dios la oportunidad de haber sido su contemporáneo y pido para él el lugar que se merece, de privilegio, a su diestra, por que si hay premio para el hombre bueno, leal y justo, mi entrañable amigo se lo merece.
Legó a esta vida el mejor ejemplo y un puñado de hijos y nietos maravillosos.
El cielo del Aconquija sumará su estrella más brillante.