"Creo que el mundo está lleno de historias, que nuestras vidas están llenas de historias, pero que sólo en determinados momentos somos capaces de verlas o entenderlas. Hay que estar dispuesto a hallar el sentido de lo que te está ocurriendo. Casi todos nosotros, yo mismo incluido, vamos por la vida sin prestar mucha atención. De pronto ocurre una crisis, y nos cuestionamos todo lo que nos rodea, y en ese momento dejamos de pisar terreno firme. Creo que es en esos momentos que la memoria se convierte en una poderosa fuerza de nuestras vidas. Comienzas a explorar el pasado, e invariablemente te encuentras con una nueva lectura de ese pasado, lo entiendes de una manera nueva, y por ello eres capaz de enfrentarte al presente de una manera nueva".
Paul Auster. Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2.006
Paul Auster. Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2.006
El Flaco
Por un mensaje suelto al aire me vienen a la memoria algunos pasajes de mi infancia.
Antes no era cualquier cosa tener teléfono, en mi barrio “Los Gigantes” mi vecina prestaba el suyo como una manera de no discutir liderazgo y de paso renovarse de novedades ajenas. Un día mi tío Raúl llamó desde Venezuela y yo que nunca había hablado con él – se fue cuando todavía no caminaba- tuve la gran responsabilidad de dar valor a esa llamada. La recuerdo tensionante y no viene al caso replicarla. Una cosa llevó a otra y yo termine la charla ganando una bicicleta que mi tío me mandaría pronto.
Mi primera bicicleta – roja, canasto, parrilla y timbre- fue comprada por mi papá con la plata del tío.
El caso es que quiero contar la historia del flaco, que le pasó de todo y que de a pedacitos pude reconstruir con el tiempo.
En la época del proceso mi tío fue encarcelado primero y después de algunos años tuvo la opción de irse del país. Se fue a Italia a la casa de otros parientes, de allí viajó a Rusia (no se que fue a hacer a Rusia) y después estuvo un tiempo en España, hasta que lo invitaron a Venezuela y para allá se fue.
El principio como todos los principios fue duro, pero preferible a Europa donde me contaron llegó a lavar muertos por un plato de comida.
En Mérida hizo sus primeros pasos y negocios donde no le fue nada mal, se casó con una maestra embarazada para poder quedarse él y salvar el honor ella (?) y tampoco le fue mal. La chica se llamaba…como se llamaba? no me acuerdo porque es un nombre que aquí no se usa.
El tío volvió en el año 83 con la democracia. Yo lo seguía a todos lados, hipnotizado por todo ese bagaje de historias. A esa altura y por esos años, los que volvían tenían tanto para contar que por meses no prendieron ni la radio en mi casa. Con el tiempo se fue humanizando y más de una vez se salvó que lo moliera a trompadas, pero eso fue mucho más adelante. Nilda era el nombre me acorde. El fondo de todo esto es que mi tío se aguantó encierro, tortura, exilio y nunca se quejó pero el día en que se iba del país en el aeropuerto me llevaron a saludarlo y dicen que me alzó, me abrazo y lloró.
El me dio las lecciones más importantes y en cierto sentido me marcó a fuego, me dio los libros, las técnicas del ajedrez, me enseño a pensar, completó todas las ausencias de mis viejos que laburaban todo el día. También me dio mi primera certeza: no quiero morir como él. De cáncer, obeso, ciego. Para eso un tiro y chau. Haciendo cuentas con el pasado encontré al menos tres razones por las cuales seguramente iré al infierno, en orden aleatorio son: la vez me pidió que le leyera la Biblia y yo me salteaba algunas partes para terminar más rápido, cuando me hizo padrino de su hija, la cual volví a ver cuando tenia quince años y encima no le lleve ningún regalo y la otra, la determinante para la visa sin retorno fue que sentí más alivio que pena cuando falleció.- cariño, pero nada de amor ni de respeto- Un par de días antes de que muera entré a su habitación a ver si respiraba- era mi trabajo nocturno- y por sorpresa me tomó la mano y como si volviera de una pesadilla, severo me preguntó: Somos peronistas nosotros? Y yo le dije más vale, si los radicales son unos putos. (Acabo de encontrar una cuarta razón que va a servir al menos para distraer a demonios menores: no soy peronista). No me dejó palabras importantes, me dejó una visión sobre las cosas cotidianas que vale mucho más.
Esta es la primera entrega de mi historia con el flaco, flaquito macho que ese día lloró.
Por un mensaje suelto al aire me vienen a la memoria algunos pasajes de mi infancia.
Antes no era cualquier cosa tener teléfono, en mi barrio “Los Gigantes” mi vecina prestaba el suyo como una manera de no discutir liderazgo y de paso renovarse de novedades ajenas. Un día mi tío Raúl llamó desde Venezuela y yo que nunca había hablado con él – se fue cuando todavía no caminaba- tuve la gran responsabilidad de dar valor a esa llamada. La recuerdo tensionante y no viene al caso replicarla. Una cosa llevó a otra y yo termine la charla ganando una bicicleta que mi tío me mandaría pronto.
Mi primera bicicleta – roja, canasto, parrilla y timbre- fue comprada por mi papá con la plata del tío.
El caso es que quiero contar la historia del flaco, que le pasó de todo y que de a pedacitos pude reconstruir con el tiempo.
En la época del proceso mi tío fue encarcelado primero y después de algunos años tuvo la opción de irse del país. Se fue a Italia a la casa de otros parientes, de allí viajó a Rusia (no se que fue a hacer a Rusia) y después estuvo un tiempo en España, hasta que lo invitaron a Venezuela y para allá se fue.
El principio como todos los principios fue duro, pero preferible a Europa donde me contaron llegó a lavar muertos por un plato de comida.
En Mérida hizo sus primeros pasos y negocios donde no le fue nada mal, se casó con una maestra embarazada para poder quedarse él y salvar el honor ella (?) y tampoco le fue mal. La chica se llamaba…como se llamaba? no me acuerdo porque es un nombre que aquí no se usa.
El tío volvió en el año 83 con la democracia. Yo lo seguía a todos lados, hipnotizado por todo ese bagaje de historias. A esa altura y por esos años, los que volvían tenían tanto para contar que por meses no prendieron ni la radio en mi casa. Con el tiempo se fue humanizando y más de una vez se salvó que lo moliera a trompadas, pero eso fue mucho más adelante. Nilda era el nombre me acorde. El fondo de todo esto es que mi tío se aguantó encierro, tortura, exilio y nunca se quejó pero el día en que se iba del país en el aeropuerto me llevaron a saludarlo y dicen que me alzó, me abrazo y lloró.
El me dio las lecciones más importantes y en cierto sentido me marcó a fuego, me dio los libros, las técnicas del ajedrez, me enseño a pensar, completó todas las ausencias de mis viejos que laburaban todo el día. También me dio mi primera certeza: no quiero morir como él. De cáncer, obeso, ciego. Para eso un tiro y chau. Haciendo cuentas con el pasado encontré al menos tres razones por las cuales seguramente iré al infierno, en orden aleatorio son: la vez me pidió que le leyera la Biblia y yo me salteaba algunas partes para terminar más rápido, cuando me hizo padrino de su hija, la cual volví a ver cuando tenia quince años y encima no le lleve ningún regalo y la otra, la determinante para la visa sin retorno fue que sentí más alivio que pena cuando falleció.- cariño, pero nada de amor ni de respeto- Un par de días antes de que muera entré a su habitación a ver si respiraba- era mi trabajo nocturno- y por sorpresa me tomó la mano y como si volviera de una pesadilla, severo me preguntó: Somos peronistas nosotros? Y yo le dije más vale, si los radicales son unos putos. (Acabo de encontrar una cuarta razón que va a servir al menos para distraer a demonios menores: no soy peronista). No me dejó palabras importantes, me dejó una visión sobre las cosas cotidianas que vale mucho más.
Esta es la primera entrega de mi historia con el flaco, flaquito macho que ese día lloró.
1 comentario:
Mario, que buen relato. En verdad pienso que tenes que escribir. Estas hecho para ser un difusor de historias propias y ajenas ciertas o apócrifas. No te dejes amedrentar por la realidad que es más puta que los radicales (y eso es bastante).
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