19 junio, 2007

Volví al Quimilo y paré en el mismo rancho que cuando fui por primera vez. Me sentí atrapado en un calendario de piedra.
Conmemoramos con los lugareños los tres años de su resistencia en la lucha por la tenencia de las tierras.
Esos productores, que festejan los goles de nuestra selección, los llevan a votar indignamente en un camión, les niegan el agua potable por cuestiones presupuestarias y la exigua educación que se les imparte es sólo para conservarles la miseria, hacen patria en ese suelo salitroso, inhóspito y árido. Ellos no sólo crecieron y formaron familia e hicieron su vida en esos parajes, sino que tienen arraigado un sentido de pertenencia y amor por su tierra que harían envidiar al más nacionalista y así y todo no encuentran cobijo en las instituciones del Estado.
En esos campos comprendí cabalmente la infinitud del desamparo y de la ausencia.
Entendí en fin y por primera vez ese amplísimo y desgastado término de profundo significado: DERECHOS HUMANOS.

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